Todos somos conscientes de que estamos viviendo en estos momentos, en España especialmente pero, en general, en Europa, un movimiento laicista radical alentado desde los poderes políticos y mediáticos de izquierda.
La izquierda espolea a sus seguidores en contra de la Iglesia manipulando salvaje y sectariamente los datos y las palabras de forma sumamente eficaz y consiguen lanzar, contra los católicos, hordas imparables cual inmensa manada de ñus cruzando el Serengueti camino del Maasai Mara.
Toda esta situación no es nueva ni es extraña. Es la estrategia habitual de la izquierda desde hace muchos años, es parte esencial de la base del socialismo (léase a Marx).
Y es totalmente lógico. El socialismo, y no digamos el comunismo, tienen un serio problema que es la falta de valores morales estables. El tener a unos señores con principios morales, en este caso los católicos pero podrían ser perfectamente los judíos o los protestantes o cualquier otra religión, les resulta entonces sumamente molesto ya que les están recordando constantemente que la ética existe.
Ante esta situación, la única salida que tienen es, por un lado, atacar a la religión con toda la fuerza de que son capaces y, por otro lado, elevar a sus líderes políticos y/o mediáticos a la categoría de “generadores de principios morales”. De ahí viene que la izquierda se autoconsidere poseedora de una superioridad moral que en la realidad es absolutamente inexistente y de ahí viene que personajes del cine, la televisión, cantantes, etc., muchos de ellos con una cultura y un uso del lenguaje deplorables, estén considerados como intelectuales y referentes morales para la izquierda.
Claro que esto les supone un problema que los políticos de izquierda han aprendido a manejar con soltura y que sus seguidores ni siquiera perciben, y estoy hablando de sus continuos cambios de chaqueta consecuencia de los caprichos de su líder político o mediático de turno. En España lo hemos visto recientemente en muchas ocasiones, como el caso de los que llegan al poder abanderando el “no a la guerra” y meten a nuestras tropas en el mayor número de conflictos bélicos en que jamás hemos estado, o primero se suben al carro de la lucha policial y judicial contra el terrorismo y después se bajan en marcha para subirse al carro de la negociación con los asesinos. Y como éstas, muchas más.
El laicismo y los ataques a la religión son, por tanto, algo fundamental para el sostenimiento del socialismo. Y si se pretende la continuidad en el poder de los partidos de izquierda, urge acelerar este proceso de extensión del laicismo en la sociedad antes de que esa sociedad se de cuenta de que ellos no tienen valores morales, de que los valores morales son imprescindibles para el buen funcionamiento de una sociedad y de que éstos sólo provienen de la religión.
Nota: Con el último párrafo, no estoy diciendo que sea imprescindible ser una persona religiosa para tener unos principios morales, pero sí es necesaria la aceptación de esos valores procedentes de la religión. Esa es la causa de que las personas con principios morales consistentes sean respetuosas con la religión.
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