10 abr 2013

Ayer fui al cine.

En mi cine habitual reponían la película La vida de Pi, que en su momento no fui a ver porque no me acababa de convencer lo que veía en los tráiler. Las críticas eran estupendas, varios compañeros me la recomendaron, incluso uno de ellos más o menos cinéfilo y ciertamente exigente en muchas películas que le he oído comentar, me dijo que la puntuaría con un 7,5. A esto se sumaba que el precio del cine en lo que ellos llaman reestrenos es de 3,60 euros.

Fui con mis reticencias, sin grandes esperanzas pero con la curiosidad de ver qué tenía esa película para que todo el mundo la pusiera tan bien y para que hubiese tenido ese éxito en los premios Óscar. Además de ver qué valores eran esos que todos me decían que desprendía por todos y cada uno de sus fotogramas.

Pues bien, el resultado fue que a mitad de película estaba mirando el reloj a ver cuánto quedaba. A la hora y media estuve tentado de abandonar la sala, pero decidí esperar a ver si el final arreglaba el aburrimiento. Al final, salí con la sensación de haber tirado a la basura 3,60€ y dos horas de mi vida.

EL único valor que se veía fue el no insultar a otras creencias, respetarlas. Por lo demás, lo único que allí se podía ver era una buena definición de lo que es el instinto de supervivencia, algo que no tiene mayor interés. Es cierto que los efectos visuales eran francamente buenos, pero intentar mantener dos horas largas de película a base de efectos visuales, sólo lleva al hartazgo.

Si en lugar de un largometraje hubiesen hecho un corto de media hora con toda la historia, seguramente sería bastante bueno, pero es que la historia no daba para más que unos 30 minutos.

La gran dirección de la que me hablaban no la vi por ninguna parte. El estirar una historia hasta el aburrimiento absoluto no parece un detalle de gran director. Y la actuación del protagonista no parece tampoco el fruto un gran trabajo de dirección.

La verdad es que no me había parado a pensar en la dirección hasta que salí, y fue entonces cuando me di cuenta de mi enorme torpeza. El director de este bodrio es Ang Lee, cuyas tres películas más famosas me parecieron un horror. Sentido y sensibilidad la definiría no con palabras sino con un gesto, un enorme bostezo (el que se repitió en mi cara un montón de veces cuando la vi). El tigre y el dragón la vi en la televisión y no fui capaz de terminarla, me pareció una estupidez de tamaño mayúsculo. Y la tercera… pues es la historia, trillada hasta la saciedad, de chico conoce chica, chico y chica se enamoran, se lían, se enfadan, se separan, se casan cada cual por su lado, se reencuentran, se dan cuenta de que siguen enamorados y todo es un problemón, y lo único que esta película aporta al asunto es que en lugar de ser chico y chica son chico y otro chico. Aparte de eso, en vez de estar tratado desde algún prisma novedoso, es todo un derroche de corrección política. Vamos, una bazofia. Por supuesto me estoy refiriendo a Borkeback Mountain.

Con tales antecedentes, sólo a mí se me ocurre ir al cine a ver una nueva película del “genio”. Ahora ya no tiene remedio. ¿Qué le vamos a hacer? Tonto que es uno.