Este año he decidido hacer un post "pegando" tres que escribí en la Semana Santa de 2007 y que, por tratar de lo que tratan, no son algo que con el tiempo pierda el más mínimo ápice de su sentido.
Por supuesto es una entrada un poco larga, pero creo que bastante recomendable.
Domingo de Ramos
Tras los cuarenta días en que la oración y el sacrificio han adquirido, o deberían haber adquirido, un papel más relevante de lo que de ordinario ya deben tener en la vida de un cristiano, y me refiero a la cuaresma, ahora llega la Semana Santa en la que conmemoramos el sacrificio de Jesucristo, que dio su vida para redimir los pecados de los hombres.
Ayer fue el primer día, el Domingo de Ramos. En este día se celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén a lomos de un borrico, lo que se escenifica en la tradicional procesión de ramos que en muchos lugares se conoce como “procesión de la borriquita” o simplemente “la borriquita”.
Esa entrada en Jerusalén, vista con los parámetros de la actualidad, puede parecer poco triunfal, ya que hoy se menosprecia a los burros como un medio de transporte de pastores y gente de pocos recursos que ya ni se usa, pero en aquel entonces era un medio de transporte de grandes señores e incluso de reyes.
Parece llamativo, pero entonces los grandes señores que entraban en una ciudad aclamados por la multitud no lo hacían a lomos de recios caballos, sino sobre burros. Así pues, Jesús entró cual rey, aclamado como el Mesías por la multitud. Ello fue lo que molestó a los fariseos, que le increparon pidiéndole que hiciese callar a las gentes, a lo que replicó: “En verdad os digo que si estos callan, gritarán las piedras”.
Entró como Rey porque en verdad era (y es) Rey.
Institución de la Eucaristía
En la Semana Santa también recordamos algo fundamental en la vida cristiana, y es la institución de la eucaristía.
La eucaristía es un compendio de la Semana Santa ya que se conmemora la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo.
Todos sabemos que Jesús, antes de su pasión, cenó con sus discípulos, en lo que se conoce como la Última Cena, y durante ella instituyó la eucaristía.
Hoy integramos la eucaristía dentro de la Santa Misa. La Santa Misa es una celebración en la que se recuerda el sacrificio de Jesús. Ello es lo que hace que los diversos grupos que forman las iglesias protestantes piensen en la misa como un sacrilegio pues lo entienden como renovar el asesinato de Cristo. Huelga decir que no es ese el sentido real que tiene la Santa Misa. Una cosa es rememorar la remisión de los pecados y la resurrección y otra, muy diferente, crucificar a Cristo de nuevo.
Los católicos rememoramos el sacrificio del Señor, precisamente para recordar el amor de Dios a los hombres, y la resurrección y ascensión a los cielos como Dios de vivos que es, y no de muertos, mostrando cómo el alma es inmortal a imagen de Dios. Precisamente el principal camino por el que muchos protestantes se convierten al catolicismo es el acercamiento a la Santa misa y a su estudio a fondo.
Jesús, en la última cena “celebra” su muerte, lleva a cabo un anuncio profético de su pasión y muerte, y se da como alimento ya que él es el único alimento verdadero del alma.
Hago un copy-paste que viene al caso:
Hoy celebramos la alegría de saber que esa muerte del Señor, que no terminó en el fracaso sino en el éxito, tuvo un por qué y para qué: fue una "entrega", un "darse", fue "por algo" o, mejor dicho, "por alguien" y nada menos que por "nosotros y por nuestra salvación" (Credo). "Nadie me quita la vida, había dicho Jesús, sino que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder para entregarla." (Jn 10,16), y hoy nos dice que fue para "remisión de los pecados" (Mt 26,28).
En resumen, la Santa Misa es la celebración de que Dios nos amó hasta el punto de entregar la vida de su propio hijo por nosotros para que tengamos vida eterna.
Toda la Semana Santa
En el Jueves Santo recordamos básicamente la Última Cena del Señor con los doce apóstoles y, por tanto, la
institución de la eucaristía (de la que ya he hablado), la
institución del sacerdocio, recordemos que dijo “Haced esto en memoria mía”, y el
anuncio de su pasión y la traición de Judas.
El Viernes Santo es el día más denso de toda la Semana Santa. En él recordamos
la pasión y muerte de Cristo. Cada una de las partes de la pasión merecería un post independiente pero no tengo tiempo, así que me conformaré con mencionarlas y poco más.
Todos recordamos, quizá por lo llamativas, las partes físicamente más dolorosas, como son la flagelación o la coronación de espinas, así como las caídas con la cruz a cuestas.
Pero vamos por orden, ya que tanto y más importante que eso fueron otras cosas que tuvieron lugar esa madrugada.
La oración en el huerto donde vemos la parte más humana de Jesús, “aparta de mí este cáliz”, a la vez que la sumisión a la voluntad del Padre, pidiéndole que “se cumpla tu voluntad y no la mía”. Aceptando su terrible destino, mostrándose así como perfecto hombre y perfecto Dios.
Después, la
traición de Judas, aparte de horrible también necesaria para que se cumplieran las escrituras, y
el prendimiento de Jesús, cuando Jesús reprende al discípulo que corta la oreja del criado del sacerdote dejando claro que a las persecuciones por razón de fe no se responde con la violencia.
Parte fundamental fue
el juicio de los Sacerdotes donde provocó el escándalo entre los judíos. Lo hizo de forma especialmente seria en dos ocasiones, la primera al reafirmar que
levantaría el templo en tres días. Los sacerdotes no entendían de qué hablaba pero se escandalizaron porque, para ellos, el templo era el centro de su vida religiosa y hablar de esa manera de su destrucción y su reconstrucción les escandalizaba.
Pero el gran escándalo, cuando
se rasgaron las vestiduras (y eso no es una expresión, es literal ya que esa era la forma que tenían de escenificar ese escándalo que sentían), fue cuando le preguntaron si él era el Mesías y respondió:
“Yo soy”. Eso que fuera de contexto nos parece una tontería, en su contexto fue especialmente grave, ya que entre los judíos no se nombraba a Dios por su nombre, y recordemos que cuando se le apareció a moisés en forma de zarza ardiendo, y éste le preguntó por su nombre, le respondió “Yo soy el que soy”. Para el pueblo judío nombrar a Dios era un acto escandaloso y
Jesús no solo se atrevió a decir su nombre sino que se lo aplicó a él mismo. Cosas como esta son las que me hacen gracia cuando oigo a supuestos estudiosos preguntándose si Jesús tenía conciencia de su divinidad, si no la tuviera no podría haber dicho esto.
A partir de ahí ya se suceden de forma precipitada los acontecimientos;
el pecado de Pilatos, los castigos físicos y finalmente la crucifixión.
Es también digno de prestarle atención
el camino del calvario. En él se suceden muchas cosas,
se cruza con su Madre, Simón de Cirene le ayuda a llevar la cruz, la Verónica le limpia el rostro, es despojado de sus ropas que son repartidas o jugadas a suerte, es clavado en la cruz, y las terribles y dolorosísimas caídas. Las caídas, según la imagen que habitualmente se representa de Jesús cargando con la cruz sobre un hombro, no tendrían por qué ser dolorosas ya que se podría apoyar en la misma cruz para amortiguar el golpe contra el suelo, pero lo que realmente cargaba era el travesaño, el brazo horizontal de la cruz, pasado por su espalda y con ambos brazos extendidos y firmemente atados al madero. En esa posición, un traspié hace que caigas inevitablemente y, al no poder extender los brazos hacia delante, la única forma de no recibir todo el golpe en la cara es doblar las piernas y recibir la parte fuerte del golpe en las rodillas para, a continuación, caer sobre el pecho y la cara. El dolor debe ser considerable.
Según la opinión de diversos médicos,
un hombre normal no sería capaz de aguantar toda la pasión, habría caído desmayado por el dolor mucho antes de llegar a la crucifixión. Lo que hace pensar que Jesús tenía algo fuera de lo normal. Para los cristianos es evidente: su divinidad.
Tras esto llega
la crucifixión y muerte, también cargadas de señales;
los ladrones, la esponja empapada en vinagre, la explicación de la maternidad de la Virgen (“Ahí tienes a tu madre”, “ahí tienes a tu hijo”), la petición de perdón a Dios porque no sabían lo que hacían, el oscurecimiento del cielo, el hecho de que muriese sólo un rato después de crucificarlo cuando lo normal es que un crucificado muera por asfixia tras muchas horas de agonía, etc.
Luego, el Señor es bajado de la cruz (
descendimiento) y entregado a los brazos de su Madre. Después es
sepultado.
En el tercer día, tal como recordamos el Domingo de
Resurrección, las mujeres encuentran el sepulcro abierto y los discípulos entran comprobando que está vacío. Podríamos hablar largo y tendido sobre el sudario y si es o no el de Turín, pero no es el asunto de esta entrada.
Después las
apariciones. Aunque quizá no sea esa la palabra adecuada. En el evangelio leemos:
…estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros».
Fijaos en que dice
”se presentó” y no
”se apareció”, dejando claro que no se trataba de una imagen espectral ni nada parecido, sino de
Él mismo con un cuerpo tangible.
En este momento les dice “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”, que es lo mismo que instaurar el sacramento de
la penitencia.
Después de aquello se apareció de nuevo ante los discípulos y esta vez con Tomás entre ellos: “no seas incrédulo sino creyente” a lo que Tomás responde esa frase tan hermosa de
“Señor mío y Dios mío”, y finalmente dice el Señor: “Porque me has visto has creído.
Dichosos los que no han visto y han creído”.
Como podéis ver la Semana Santa es el centro de la fe cristiana, en ella se concentran la mayor parte de nuestras creencias y la base de nuestros ritos. Evidentemente la Navidad y la vida pública de Jesús hasta su llegada a Jerusalén también son fundamentales, pero es interesante ver cómo en unas pocas horas, en unos pocos días, se concentra de tal manera el mensaje de Cristo.
Me permito recordaros que este es un buen momento para pedir perdón a Dios por todas esas veces que no hacemos que esté orgulloso de nosotros y recordar que
el pecado es, en cierto modo,
la renovación de la pasión de cristo.
Por último, el rezo del
Santo Rosario cobra especial sentido en Navidad (misterios gozosos) y en Semana Santa (los dos últimos misterios luminosos, misterios dolorosos y gloriosos). Es más que recomendable.
Los cristianos tenemos gran respeto a la tradición, y os recuerdo a los que seáis padrinos, que en pascua es tradición regalar huevos de chocolate y roscones a los ahijados, así que ya os estáis poniendo las pilas ;o)
Con las prisas cuando escribí esto, olvidé mencionar dos cosas importantes; la primera y más importante es que todo este sufrimiento de Jesús cobra todo su sentido cuando tenemos presente que estaba
redimiendo al hombre. La segunda es
la negación de Pedro, si él fue capaz de negar a su Señor tres veces, ¿qué no haremos nosotros?
Estas dos cosas las dejo para meditar cada cual.