La amiga Natalia Pastor ha dejado un comentario estupendo en el post de ayer sobre la prohibición de los toros en Cataluña.
Me ha gustado, y además supongo que ella no lo va a poner en su blog porque en estos momentos lo tiene “cerrado por vacaciones”, así que lo pongo aquí para que no se pierda demasiado.
Natalia, si tienes algo en contra, me lo dices y elimino el post.
Me ha gustado, y además supongo que ella no lo va a poner en su blog porque en estos momentos lo tiene “cerrado por vacaciones”, así que lo pongo aquí para que no se pierda demasiado.
Natalia, si tienes algo en contra, me lo dices y elimino el post.
La deriva nazionalista en Cataluña ha llegado a una de sus cotas máximas.
La prohibición de los toros – que nada tiene que ver con un supuesto maltrato a los animales, sino con un intento de desespañolización de cualquier nexo que forme parte del acervo cultural común – supone una declaración de guerra formal, un puente de playa de la cada vez más cercana proclamación independentista al modo y manera de Companys en 1934.
Ya no es el simple acoso y persecución contra los castellanos parlantes, a los que dentro de poco les impondrán un brazalete amarillo con una “ñ” bordada, sino que estamos ante una demostración de estalinismo propiciado por ese Zapatero que ha dado alas a los nazis con barretina, hasta el punto que la prohibición es el método elegido para cercar la cada vez más menguada libertad de los ciudadanos.
El zapaterismo no sólo ha hundido económicamente este país y ha llenado las oficinas del INEM con 5.000.000 de parados, los comedores de Cáritas con un millón doscientos mil dramas diarios y nuestras calles con 9.000.000 de pobres, sino que además ha demolido la Constitución y volado por los aires la unidad nacional.
Acabaremos mal.
Muy mal.